Aleyda Quevedo Rojas
Ejercicios en aguas profundas
Hablo del cuerpo y del aliento en estado puro… De esta forma, Aleyda Quevedo Rojas nos ofrece su libro, y uno entiende que a partir de la primera página empezaremos a sumergirnos en una experiencia poética y amorosa. No hay en esta escritura anfibia otra búsqueda, otro anhelo. Aquí, cuerpo e imagen, cuerpo y palabra, ocupan un mismo espacio. No se repelen. Tienen al acercarse un ritmo compartido, una cadencia que los hace únicos, visibles y palpables el uno para el otro, como en la danza, como en el vuelo, o como ese banco fabuloso de medusas que parecen envolver suavemente la atmósfera del libro.
Lucía Estrada
Rafael Courtoisie
62 poemas
Creo firmemente que es en la poesía donde Courtoisie nos entrega lo mejor y más depurado de su ardor creativo y de su inteligencia talentosa y gozosa. Su poesía nos permite encontrarnos con nosotros mismos y con el animal vital que somos. Salvaje y tierno, errante y sosegado, libre y curioso así es nuestro poeta y algunos de los animales que nos habitan a sus lectores.
¡Las inflexiones, quiebres y ondulaciones de sus poemas erótico-amorosos son de una belleza que mata de pasión! Heredero de Bataille y del Marqués de Sade construye versos de erotismo y amor dentro de un universo poético que arriesga y le apuesta constantemente a la invención, a la frescura de las palabras, a la vitalidad. Al cruce entre voluptuosidad, transgresión, pasión y emoción. No deja de cautivarme la sabiduría contenida en sus poemas de sus más recientes libros, donde todo pende de la transparencia como una cualidad.
Aleyda Quevedo Rojas
Ana Lafferranderie
Casi real
Lo real -nuestra historia personal, nuestro presente, lo que nos rodea- es de una terrible fragilidad. Todo se está quebrando, todo el tiempo. Pero acá están los poemas de Ana tratando de asir algo de eso que se escapa. Tratando de captarlo con lo único que tenemos: el lenguaje. Probablemente el lector, la lectora se detengan en otros versos, en otras imágenes. Yo he elegido estas, que son las que me hablan, las que indagan en la pregunta que me desvela, ¿qué de todo esto -las palabras que escribo, la escena familiar de la que formo parte- quedará en mi recuerdo? Los poemas de Ana astillan esta pregunta en otras. Como una red que se despliega para tratar de entender el meollo de una cuestión siempre esquiva.
Carolina Esses
Lucía Estrada
Las hijas del espino
Los poemas de Lucía Estrada nos hablan desde el misterio, y son sus palabras las que regresan de esas aguas, delicadamente, trayendo el resplandor de los dominios perdidos. Pocas veces vemos este sentido ritual, de travesías donde la intimidad y lo externo se encuentran, llevados de la mano como dos niños ciegos. Esta poeta, tal como ocurre con los grandes maestros de la música, logra encontrarle al silencio sus espacios justos, haciéndolos fecundos, funda una nueva distancia al interior de nosotros. El resultado es un tiempo-otro que nos ronda, de cuando las palabras se decían junto al fuego, de cuando las palabras eran el fuego, y nosotros sus asombrados visitantes.
Decir que esta es la mejor poesía de nuestros últimos años, Lucía la más talentosa de nuestras voces recientes, son distinciones y elogios que esta escritura no necesita, tampoco me detendré a enumerar los premios que deberían ser más numerosos. Pero somos muchos los contemporáneos que aceptamos su influencia, y que somos conscientes de que escribamos lo que escribamos lo hacemos «en los tiempos en que estuvo su música», como dijera Ana Ajmatova de Shostakovich.
Santiago Espinosa
Rocío Cerón
Diorama
Diorama cita al lector en una cámara oscura donde su mirada se ve refractada, lector, mirada y cámara convertidos en milagro (que significa ver más) del lenguaje. Este libro lo espera todo del lector. Lo convoca a recuperar el verbo desde la acción del poema. Nos dice que la poesía es el lugar del lector en las palabras, restada aquí por el rigor y el radicalismo de su demanda contra un mundo profuso y redundante. Tal proyecto de otro libro y otro lector hace de la poesía el instrumento para forjar una nueva sintaxis de re-habitación. «La ofrenda: lengua en tierra propia», afinca en la materialidad emotiva y lúcida, que el poema reorganiza con la claridad del recomienzo, allí donde la tersa enumeración recobra la fuerza primaria del nombre. Dolor y celebración del lenguaje, este libro refulgente despliega un horizonte de libertad por hacerse: una fe cierta en esa margen de humanidad.
Julio Ortega
Mario Pera
Preparaciones anatómicas
Se nos devela en estas páginas, cada poema como un aprendizaje. Mejor dicho, un cuerpo escindido en el anfiteatro y en cada parte, en cada preparación, el aprendizaje de la topografía de la ira contra dios y contra la muerte. La luz contra la luz. Dos reyes rojos sobre el oscuro bosque. Y la gente lo ve desde las gradas circulares maniobrar el escalpelo sobre la carne, y sus movimientos recuerdan la frialdad de Gottfried Benn, escenarios de Witkin. Y en un segundo de distracción, en un momento de sosiego, viene el recuerdo de Roma, las pequeñas alegrías pasajeras, el respiro de Dios. Nada más inseguro como el ojo de la tormenta.
Bruno Pólack
Jesús David Curbelo
Quemadura y fulgor
De Quemadura y fulgor -como el propio título transparenta- me gustaría subrayar, de un lado, más allá del regodeo en las mujeres estereotípicas (hada, pitonisa, sílfide, náyade, bacante, vestal, prostituta, prima, novia, adúltera, cordera, Madonna, Beatriz, viuda, huérfana…), la veta de amor místico, que hundiéndose en la carne no deja de buscar un pasadizo a la ascensión, a la odiada paz del saciamiento, a la fusión bendita. Y, del otro lado, el escarceo continuo y donjuanesco del amante implacable, del lobo voraz, que no por ello deja de ser estremecido y hasta burlado.
Filosofía amorosa, filosofía de vida, filosofía del actuar. Como amante, como ser, como escritor… La idea del fracaso (en la escritura, en la vida, en las pasiones) como intentona que impulsa no hacia la perfección, sino a otro nuevo salto. Un zapador, un explorador que no se impone límites en las conquistas. Al que no le importan tanto sus colonias como el incansable laboreo/el viaje, por todos los paisajes que pueda.
Jamila Medina Ríos
Ernesto Román Orozco
Zona de voces
Se abre la página ante la palabra. Es el recinto donde el sonido de esa palabra encuentra su misterio, su zona silenciosa, su estancia antigua y nueva ante el tiempo.
La señal de la levedad y el solo secreto urdido en las márgenes del papel de este libro han hecho de esta zona de silencios, una zona de voces, un lugar para la poesía que Ernesto Román Orozco ha protegido en su camino, en su andar de pasos entrañables por el destino.
Son los pasos discretos en medio de las sílabas que secretean la magia, la delicada forma de los símbolos, aquellos sonidos que se adentran en la zona que la palabra abre para el resplandor.
En cada libro Ernesto ha sabido trasegar por estos años en su propuesta poética dejando en sus páginas la enorme sensación de un hallazgo que se hace solo al cruzar el río de palabras que abren el camino hacia el poema. El poema no es más el lugar de un encuentro, es el inicio de un largo andar que comienza cada vez, que se muestra intacto en el resplandor del mediodía.
José Gregorio Vásquez